Se supone que si a un ser humano lo pusiéramos en condiciones perfectas, viviría sanamente hasta los 125 años de edad en promedio. Según algunos investigadores el ser humano que ha vivido más tiempo ha sido una mujer francesa que llegó a vivir hasta los 122 años de edad (JAMA, 1997; 278: 1345-48).
Cualquiera se da cuenta fácilmente de que la mayoría de nosotros no vive esta cantidad de años. Tratemos de encontrar la razón.
En algunos países, como EE.UU. las personas mayores de 60 años de edad comprenderán el 17 % de la población en el año 2000. Durante mucho tiempo el envejecimiento ha sido estudiado en el contexto de las enfermedades que generalmente la acompañan. Sabemos que el 80 % de aquellos que mueren después de los 60 años de edad, mueren de enfermedades prevenibles tales como el cáncer, la diabetes y la insuficiencia cardíaca. Ahora la investigación se enfoca en estudiar un envejecimiento sano.
Mucha investigación sobre el envejecimiento se hace en los nemátodos y las moscas, ya que sus ciclos vitales son muy cortos. (Science 1992; 258: 461-3 ; Physiol Zool, 1985; 58: 380-90). Aunque es muy difícil saber si esta información puede extrapolarse a los seres humanos puesto que las moscas tienen sangre fría. Sin embargo, una de las grandes cosas que se descubrió fue que mientras más viva un organismo, tiene esperanzas de vivir más tiempo. En esta investigación con las moscas se inició la teoría de que el período de vida está predeterminado y de esta manera, a cierta edad los grupos de moscas de la misma edad deberían simplemente morir. Sin embargo, esto no sucede.
La mayoría de los trabajos de investigación ha fallado en poner la atención adecuada a otros factores que influyen en la longevidad; el estatus socioeconómico, la raza y la calidad de vida. Lo que más ha demostrado una y otra vez su influencia indiscutible es el estilo de vida.
Se ha notado en los hombres que una frecuencia cardíaca más baja y en las mujeres la sobrevivencia de los padres hasta los 75 años de edad han sido factores que predijeron una longevidad superior (Arch Intern Med, 1996; 156: 505-9).
Existen muchos otros estudios epidemiológicos que concuerdan en que existen diversos factores que influyen en la longevidad, tales como la dieta, la actividad física y la actitud (J R Soc Health, 1993; 113: 75-80) ; J R Soc Health 1996; 116: 283-6 ; Med Sci Sports Exerc, 1994; 26: 857-65).
En un ensayo clínico relacionado con el ejercicio, los investigadores concluyeron que si los individuos que están relativamente sanos pueden todavía obtener algo de beneficio del ejercicio, aquellos con deterioro emocional y físico pueden beneficiarse aún más (J Gerontol, 1991; 46: 352-61).
Aunque es fácil culpar de un envejecimiento debilitado a los genes, el argumento genético se disuelve cuando se han hecho estudios en gemelos criados en medios ambiente separados. Se ha estudiado el fenómeno de la elevación de la presión sanguínea en relación con otros factores, tales como la masa corporal (Am J Epidemiol 1996; 144: 839-48 ; J Hypertens, 1995; 13: 1267-74). Se demostró que el consumo del alcohol, en especial tenía un efecto devastador sobre los que cambian de estilo de vida, generalmente de la vida rural a la vida urbana.
La conclusión fue simple, no son sus genes, sino su dieta y el estilo de vida lo que cambia su perspectiva.
También hemos sabido durante años que la gente físicamente activa tiene una esperanza de vida que es en promedio siete años más larga que la de la gente sedentaria (Prev Med 1992; 1: 109-21).
Aquellos que practican ejercicio son menos propensos a la depresión y a la ansiedad y experimentan una mejor eficiencia mental (Br J Sports Med, 1979; 13: 110-117), una mejor autoestima (Med Sci Sport, 1970; 2: 213-17), un sueño más reparador (Psychol Physiol 1978, 15: 447-50) más relajación, espontaneidad y entusiasmo y una mejor autoaceptación (Am Com Ther J 1979; 33: 41-44 ; J Clin Psychol, 1971; 27: 411-12).
Se pensaba que el ejercicio vigoroso era malo para los ancianos, pues ya sabemos que no es cierto (N Eng J Med, 1986; 314: 605-13).
El aspecto emocional también ejerce gran influencia en la longevidad. Se ha visto que aquellas personas que son más relacionadas y que tienen propósitos en su vida, tienen mayor probabilidad de una vida más larga (Arch Fam Med 1997; 6: 67-70).
Por otro lado, diferentes estudios nos muestran evidencia de que vivir solo puede tener un impacto negativo sobre la salud, especialmente en los hombres (Am J Pub Health 1992; 82: 401-6). Lo mismo sucede en el caso de los casados, quienes generalmente viven más (Soc Scie Med 1995; 40: 1717-30).
Un buen vaticinio de larga vida es la salud emocional y psicológica. Varios investigadores hemos encontrado que los problemas de salud mental están fuertemente relacionados con las muertes por lesiones o enfermedades cardiovasculares (Health Psychol 1995; 14: 381-7).
Conforme aumenta el número de estudios sobre la longevidad, nos damos cuenta de que otro factor que influye en ella, es la alegría, que podemos definir como optimismo y un buen sentido del humor. Esta alegría está inversamente relacionada con la longevidad (J Pers Soc Psychol 1993; 65: 176-85).
Con relación a la dieta, lo primero que podemos hacer es incrementar el consumo de antioxidantes, ya sea como alimentos o como complementos recomendados por un médico. Si es posible consumamos productos orgánicos. No comer cosas enlatadas, refinadas ni fritas. Moderar la ingesta de sal, azúcar y alcohol. Consumir frutas y verduras frescas, especialmente de la estación.
Como ya lo mencioné el ejercicio regular puede disminuir el riesgo de cáncer y mejorar la función del sistema inmunológico. (J Am Geriatric Soc 1988; 36: 29-33 ; J Intern Med 1995; 238: 423-8).
Otro aspecto que ha demostrado influir en la longevidad es la restricción calórica (máximo 1,600 calorías al día), así como también la meditación y técnicas similares como la retroalimentación biológica.